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El triángulo que no existe

Para tener contacto con el mundo necesitamos tener la capacidad de sentirlo. En gran medida, el mundo es lo que nuestros sentidos permitan que sea. Finalmente son los procesos de percepción los que nos permiten relacionarnos con el entorno: sentir la brisa que acaricia nuestro rostro o escuchar la música de nuestra infancia. Debería existir una relación perfecta entre la cualidad del estímulo y la manera como lo percibimos, pero eso está muy lejos de ser así. ¿Qué es, entonces, la realidad?, ¿si nuestros sentidos tuvieran otras habilidades entonces la realidad cambiaría?, ¿todos vemos la realidad igual?  Generalmente se considera, y es correcto, que la percepción depende del estímulo, pero siendo estrictos, en realidad depende más del observador que del estímulo en sí.

Por ejemplo, pensemos en una persona que sufre de daltonismo, que es una conocida enfermedad en la que existe una incapacidad para distinguir entre los matices del verde y el rojo. Si a una persona daltónica le ponemos una deliciosa manzana roja a la vista entonces la verá opaca y oscura. Pero esa misma manzana será visiblemente apetecible y con un hermoso brillo rojo en la persona que no sufre de esta enfermedad genética. Otro ejemplo menos complicado lo tendríamos en aquellas personas que sufren de hipoacusia (alteración de la capacidad para escuchar). Ellas son sordas para determinados sonidos de la escala acústica a pesar de que ese sonido sí es percibido por otras personas. Como se puede apreciar, la percepción de los estímulos depende en gran medida de la persona que los percibe y no exclusivamente de las cualidades del estímulo.

Pero vamos más allá.

Como expliqué en mi artículo ¿Qué es la memoria? la memoria es un proceso que está involucrado en prácticamente todo lo que hacemos. Y la percepción no es la excepción. En realidad, la percepción y la memoria tienen una relación hermanada. Entonces, la primera escéptica interrogante sería ¿qué tiene que ver mi memoria en mi capacidad para ver, oler, escuchar, etcétera?, ¿cómo es posible que, para percibir objetos externos, por ejemplo, un libro sobre la mesa, necesitemos de la información de nuestra memoria? Pues sí la necesitamos y, sin duda, la usamos. Cuando estamos escuchando una canción es inevitable que la contrastemos con nuestro recuerdo acústico de la misma. Cuando oímos a nuestros hijos es fácil reconocerlos tan solo por el tono de su voz. Cuando vemos un tumulto de gente somos capaces de reconocer el rostro de nuestro hermano a pesar de que hay muchos rostros ajenos a su alrededor. Y, en ese sentido, es probable que nuestro propio proceso de percepción nos juegue una mala pasada y nos engañe. A quién no le ha sucedido que ha creído escuchar los pasos de alguien que le sigue por las calles cuando en realidad solo era el sonido de ramas llevadas por el viento. Quién no ha estado seguro de escuchar que lo llamaban por la calle, pero al voltear no había nadie. Cuántas veces hemos percibido que hemos hecho ridículo frente a los demás cuando en realidad todo fue “parte de nuestra imaginación”. Es decir, es cierto aquel adagio que versa “uno ve lo que quiere ver”.

Una manera un poco más técnica de demostrar lo previamente señalado se presenta con el triángulo de Kanizsa, el cual muestro a continuación.

El triángulo que no existe.

En esta famosa figura se muestra a tres círculos incompletos y a tres arcos abiertos distribuidos de tal manera que lo que más se percibe de la imagen es un triángulo invertido. Sin embargo, dicho triángulo no ha sido dibujado y, literalmente, no existe. La ilusión es tal que incluso pareciera que el interior de dicho triángulo invertido es más claro que el resto de la imagen. Pero no lo es. ¿Cómo se explica que todos veamos un triángulo donde no existe? Pues justamente se explica por el hecho de que en todo proceso de percepción está involucrada la información previa almacenada en nuestra memoria. Podemos ver el triángulo porque sabemos que existen los triángulos: porque tenemos dicha información almacenada en nuestra memoria.

La percepción es un proceso de la conciencia y, como toda actividad consciente, tiene un aspecto emotivo, cognitivo y valorativo. Mejoremos esos tres aspectos para afinar nuestra percepción, es decir, para afinar nuestra relación con el mundo.

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