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Tiempo es cerebro: el infarto cerebral

El infarto cerebral es una enfermedad vascular que se manifiesta por la pérdida brusca de alguna función neurológica. Dicha disfunción es consecuencia de la pérdida del aporte sanguíneo en un área del encéfalo por obstrucción arterial. Es una verdadera emergencia médica ante la que hay que actuar con prontitud, pues el tiempo disponible para tratarla es breve (menos de 4,5 horas).

Los síntomas más frecuentes son la asimetría facial, la debilidad de la mitad del cuerpo (hemiparesia), la dificultad para hablar (disartria o afasia), la incoordinación para caminar o usar las extremidades (ataxia), la pérdida visual en un hemicampo (hemianopsia), entre otros. Si bien el tipo de síntoma es diferente, pues depende del área afectada, existe un dato que es común y que es clave para sospechar infarto cerebral: el inicio abrupto. Esto quiere decir que el paciente inicia la enfermedad de un momento a otro; por ejemplo, mientras está caminando en la calle nota que no puede ver por el lado derecho de su cuerpo. O, mientras conversa con amigos en un café, de forma imprevista deja de articular bien el habla y comienza a “arrastrar” las palabras. También puede iniciarse durante el sueño; es decir, la persona va a dormir con normalidad y se levanta a la mañana siguiente con imposibilidad, por ejemplo, para caminar. Como puede notarse, en todos los casos el inicio es abrupto (de un momento a otro).

Paciente con infarto cerebral realizando su rehabilitación física.

La causa del infarto cerebral puede ser cardiaca o arterial.

Dentro de las causas cardiacas, la más frecuente es la fibrilación auricular, un tipo de arritmia que predispone a la formación de coágulos dentro del corazón. Dichos coágulos luego son bombeados por el latido cardiaco hasta el cerebro, donde quedan atrapados y obstruyen el flujo sanguíneo.

Los infartos cerebrales producidos por enfermedad arterial suelen suceder en el contexto de factores de riesgo para daño vascular, como hipertensión arterial, diabetes mellitus, obesidad, tabaquismo, consumo de estupefacientes, etcétera. Dichos factores de riesgo producen daño progresivo a lo largo de décadas en las paredes arteriales, lo que ocasiona su estrechamiento progresivo y posteriormente su oclusión completa, anulando la irrigación de su territorio vascular.

Con lo anteriormente mencionado se deduce que, si bien los síntomas de un infarto cerebral inician de un momento a otro, el proceso subyacente por el que se produce dicho infarto tiene una evolución de varios años.

Un punto sustancial para tomarse en cuenta cuando se presentan los síntomas de un infarto cerebral es la prontitud con que se debe acudir por atención médica. Solo dentro de las primeras 4,5 horas de iniciado los síntomas se tiene la posibilidad de recibir un tratamiento que revierta el problema (dicho tratamiento se llama trombólisis). Pasado dicho periodo de tiempo no es posible administrar dicho tratamiento y el manejo se basa, sobre todo y solamente, en estabilizar al paciente. Por eso, cuando se inicien los síntomas, el paciente debe acudir de inmediato a una emergencia para que se valore la posibilidad de administrarle trombolítico. No debe perderse tiempo esperando que mejoren espontáneamente los síntomas. Tampoco debe automedicarse con fármacos para bajar la presión arterial creyendo que los síntomas están ocasionados por aumento de la presión (incluso puede ser contraproducente bajar la presión). Tampoco se debe ir a dormir con la idea de que eso mejorará los síntomas. En resumen, no debe perderse ni un minuto. Debe acudirse de inmediato al hospital. Recuerde, tiempo es cerebro.

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